Gritos silenciados: Las víctimas de las torturas policiales exigen reconocimiento de los hechos – Canarias Semanal

Las víctimas de torturas y abusos cometidos por las fuerzas de seguridad del Estado alzan la voz, ansiosas de lograr sacudir la sordera colectiva que, durante demasiado tiempo, ha ignorado sus súplicas.

    – «Quiero que se sepa que esto se hizo de manera impune,» declara uno de los afectados, una demanda que subraya su deseo de justicia y de poner fin a una época de sufrimiento silenciado.

    A día de hoy, las víctimas de esas dramáticas secuencias han   comenzado a tramitar las solicitudes de reparación recogidas en la ley autonómica navarra. Este es un paso crucial en el camino hacia la justicia y el reconocimiento, ya que permite a los afectados por estos terribles abusos buscar compensación y reconocimiento oficial de lo que han padecido.

HISTORIAS QUE SOBRECOGEN

   Las historias que cuentan estas personas resultan profundamente inquietantes. Se trata de relatos de una violencia, violencia incomprensible y de sufrimiento humano a manos de aquellos que se suponía debían haberles protegido. Pero, a pesar de la oscuridad que envuelve estas experiencias, lo que realmente desean estas víctimas es que la verdad salga a la luz.

     Se busca la reparación, pero más que nada, se busca el reconocimiento. El reconocimiento de que estas atrocidades ocurrieron, de que los responsables nunca fueron llamados a rendir cuentas, y de que las víctimas que sufrieron estos abusos merecen ser escuchadas y respetadas. Pero más allá de la compensación y el reconocimiento oficial, estas víctimas también buscan el cambio: un cambio en las actitudes y en las prácticas que permitieron que estos abusos ocurrieran en primer lugar.

    Las víctimas de tortura policial están encontrando finalmente su voz y la oportunidad de buscar justicia. El camino por delante puede ser largo y difícil, pero con cada solicitud de reparación, con cada historia compartida, se da un paso más hacia el reconocimiento y la reparación.

     Estas voces son un recordatorio de que la impunidad no puede durar para siempre. La oscuridad que una vez cubrió estos actos atroces está empezando a disiparse, y el deseo de justicia y reconocimiento brilla cada vez más fuerte.

   METXE GONZÁLEZ: ENTRE LA OSCURIDAD Y LA ABSOLUCIÓN

    Metxe González (León, 1958) es una mujer que vivió un tramo de su vida en un espantoso limbo, donde el tiempo dejó de tener sentido.

«Perdí la noción del tiempo. No sabía si era de día, de noche, si llevaba días o semanas», recuerda ella.

    Sus palabras pintan un paisaje desolador, oscuro, al que   fue arrojada tras ser acusada de colaborar con ETA.

    El año era 1983. Metxe trabajaba como auxiliar administrativa en el aeropuerto de Pamplona cuando su vida dió un giro trágico. Se le atribuyó colaboración en la muerte de Jesús Blanco Cerecedo, jefe del Servicio de Comunicaciones del aeropuerto, a manos de ETA. A partir de entonces, se encontró en el ojo del huracán, enfrentándose a un tratamiento brutal y alegando torturas por parte de la policía.

    «Me obligaron a desnudarme, a hacer ejercicios físicos… Me bajó la regla y me obligaron a meterme el tampón en la boca», rememora con amargura. Además, Metxe también revela una experiencia aterradora: «Me amenazaron con pegarme un tiro y me pusieron una pistola en la cabeza. Yo oí el clic y me dije: aquí se acaba la historia».

     La pesadilla de Metxe se prolongó durante nueve interminables meses en prisión. Sin embargo, finalmente llegó la luz al final del túnel. A pesar de las acusaciones, fue absuelta por la Audiencia Nacional. Los cargos que pendían sobre ella se desvanecieron, pero el impacto de la experiencia continúa permaneciendo.

     La historia de Metxe Gonzalez es un testimonio desgarrador de una época sombría, un relato que pone de relieve la necesidad de justicia y de respeto a los derechos humanos en todas las circunstancias. Su voz, a pesar de las atrocidades que sufrió, sigue siendo fuerte, un recordatorio de la resiliencia humana ante la adversidad.

      Su experiencia, sin embargo, no es única. Un estudio del Instituto Vasco de Criminología identificó más de mil casos similares de supuestas torturas ocurridas entre 1960 y 2015. Este oscuro legado del pasado resurge ahora, gracias a iniciativas como la Red de Personas Torturadas de Navarra y la asociación Egiari Zor. Estas organizaciones luchan por dar visibilidad a estas historias olvidadas y obtener justicia para las víctimas.

       El Parlamento navarro se pronunció en 2019, aprobando la Ley Foral de reconocimiento y reparación de las víctimas por actos de motivación política. Después de algunos obstáculos, la ley finalmente entró en vigor en 2022. Esta legislación proporciona un rayo de esperanza para las víctimas, ya que abre la posibilidad de reconocimiento e indemnización, aunque con condiciones y limitaciones.

     González es una de las que han buscado este reconocimiento. Sus recuerdos, aunque dolorosos, siguen vivos.

   «Hay un antes y un después de la tortura. No es solo lo que te hacen, sino lo que queda dentro», comparte.

   Incluso después de su liberación, fue etiquetada como terrorista y excluida en su lugar de trabajo.

     El análisis de las historias como la de González sugiere un patrón perturbador de tortura sistemática, una táctica política deliberada. Pero, ¿quién es responsable? González señala a una red de complicidad, desde jueces que ignoraron las violaciones flagrantes de los derechos humanos, hasta médicos forenses que pasaron por alto las evidencias de tortura, e incluso medios de comunicación que tergiversaron la realidad.

      De los cientos de casos documentados, destacan tres perfiles principales: sindicalistas, personas vinculadas a movimientos sociales y aquellos señalados por supuestas conexiones con el terrorismo de ETA. La investigación aún está en curso, siguiendo los Protocolos de Estambul, para verificar la veracidad de estos testimonios.

      El viaje hacia la justicia es largo y tortuoso. Pero con la luz de la verdad, la oscuridad de la historia puede comenzar a disiparse. A través del coraje de personas como Metxe González y el trabajo de organizaciones comprometidas, las sombras del pasado se revelan, permitiendo un paso hacia la sanación y la reconciliación.

    LAS HERIDAS PROFUNDAS QUE NUNCA SE CIERRAN

      Las heridas más profundas son aquellas que nunca se cierran. Para Eneko Etxeberria Álvarez, nacido en Pamplona en 1963, la herida de su hermano José Miguel se ha convertido en una constante en su vida.

     Todo empezó en la víspera del 6 de diciembre de 1978José Miguel formaba parte de los Comandos Autónomos Anticapitalistas. Tuvo que huir precipitadamente de su hogar tras la detención de uno de sus compañeros. Ese fue el comienzo de una odisea que aún no ha concluido para su familia.

    José Miguel cruzó la frontera hacia Francia, donde en junio de 1980, a la corta edad de 22 años, fue secuestrado y asesinado por el Batallón Vasco Español, según confesión de este grupo parapolicial terrorista. Su cuerpo nunca fue hallado, dejando a su familia en un doloroso limbo.

     La última vez que Eneko y su familia vieron a José Miguel sigue grabada en su memoria. Recuerda la comida casera que preparaban para sus encuentros clandestinos: la tortilla de patatas, los filetes de ternera rebozados… «‘Ya os avisaré’, fue lo último que nos dijo.

   -Yo tenía casi 17 años, y este año cumplo 60. Llevo 43 años buscándole. Toda la vida», dice Eneko.

    La lucha de la familia Etxeberria Álvarez ha sido larga y ardua. En 2014, después de numerosos trámites y procesos judiciales, consiguieron que la ONU reconociera el caso de José Miguel como una desaparición forzada, un delito de lesa humanidad que no prescribe.

– Aquello supuso un bálsamo, asegura Eneko.

     Desde entonces, la familia se ha reunido en tres ocasiones con la ONU, que solicita periódicamente información a los gobiernos francés y español sobre los avances del caso. Pero esos avances parecen no llegar.

      En 2016, gracias a un informe del médico forense Francisco Etxeberria, lograron reabrir el caso judicial, cerrado en 2004. Ese informe señalaba dos posibles ubicaciones de los restos de José Miguel. En 2017, la Gendarmería francesa excavó en uno de los lugares, pero sin éxito. Al año siguiente, la Audiencia Nacional dictó una segunda comisión rogatoria para excavar en el otro lugar. A día de hoy, la familia sigue esperando la respuesta de las autoridades francesas.

     Aunque han aceptado que José Miguel está muerto, la familia sigue anhelando la oportunidad de recuperar sus restos.

«Parece mentira, unos huesos, lo que son. Tener esos huesos, tenerlos contigo, es como tener a José Miguel de nuevo en casa», concluye Eneko.

   Su lucha continúa, una lucha que es un testimonio del amor y la tenacidad de una familia en busca de la verdad y la justicia.

(*) Narración basada en un relato y entrevista publicados por el periódico español «El País», el martes, 25 de julio del 2023.

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